Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter, Jr.
Dirección: Errol Morris
Producción: Dorothy Aufiero, David Collins, Errol Morris, Michael Williams
Intervien: Fred A. Leuchter, David Irving, Ernst Zündel
Musica: Caleb Sampson
fotografía: Peter Donahue
Montaje: Karen Schmeer
Distribución: Lions Gate Films
Idioma: Inglés con subtítulos en castellano.
País de producción: USA
Año: 1999
Producción: Dorothy Aufiero, David Collins, Errol Morris, Michael Williams
Intervien: Fred A. Leuchter, David Irving, Ernst Zündel
Musica: Caleb Sampson
fotografía: Peter Donahue
Montaje: Karen Schmeer
Distribución: Lions Gate Films
Idioma: Inglés con subtítulos en castellano.
País de producción: USA
Año: 1999
Domadores de leones, dueños
de cementerios de mascotas, condenados a muerte, diseñadores de robots,
el mismísimo Stephen Hawking... Los personajes predilectos del
documentalista estadounidense Errol Morris nunca son menos que
excéntricos, hombres y mujeres fuera de norma, cada uno excepcional a su
manera y a los que su cámara examina cuidadosamente, sin prejuicios,
pero también sin miramientos. A esa peculiar colección de la fauna
humana Morris ahora acaba de sumar su presa más bizarra, Fred A.
Leuchter Jr., un ingeniero norteamericano especializado en la
construcción y reparación de sillas eléctricas, horcas y cámaras de gas,
que también cobró triste notoriedad como uno de los defensores de la
teoría de la inexistencia del Holocausto. A este monstruo con aspecto de
beatífico vendedor de electrodomésticos, Morris le dedicó su nueva
película, Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter Jr.,
Viendo la película, parece
difícil coincidir con Mark Singer, un colega de Morris (su documental
Dark Days fue otra de las sensaciones del último Sundance), que en un
artículo de la revista The New Yorker se preguntaba si Mr. Death no
podía provocar cierta simpatía por un personaje tan siniestro como
Leuchter. Es verdad que el film de Morris no se preocupa por demonizar a
su protagonista, pero realmente no necesita hacerlo. Simplemente con
dejar que el entrevistado cuente la historia de su vida y lo que él
considera que son sus más altos logros científicos, Mr. Death... se
convierte en un film que va mucho más allá del mero reportaje y que,
poco a poco, gracias a la inteligentísima construcción de su relato,
termina siendo una reveladora reflexión sobre lo que la ensayista
alemana Hanna Arendt (en relación con el juicio a Adolf Eichmann)
llamaba "la banalidad del Mal".
A primera vista, se diría que
el señor Leuchter es un pequeño hombre común, un técnico como cualquier
otro, dedicado a conciencia a perfeccionar el trabajo que ama, que
resulta ser nada menos que el de proporcionar la muerte más rápida y
eficaz a un condenado. Hijo de un guardia de prisión, ya de chico
Leuchter solía jugar en la cámara de la muerte, alrededor de la temida
silla eléctrica, lo que le permitió comprobar --según sus propias
palabras-- "que a veces la carne se quemaba demasiado". Fue así como ya
de grande dedicó todos sus esfuerzos a construir una silla que hiciera
de la ejecución un acto "más humano" (sic). Con el orgullo de quien
considera que lo que han fabricado sus propias manos es de la mejor
calidad, Leuchter invita a Morris a ingresar a su laboratorio
(convenientemente ubicado en el sótano de su casa) donde exhibe la vieja
silla eléctrica de la penitenciaría de Delaware y las sensibles mejoras
que le introdujo a ésta y a otros modelos similares, realizados por
simples aficionados o incluso por los propios convictos.
El mismo Morris confiesa que él
fue el primer sorprendido cuando su fama fue creciendo y empezó a ser
convocado por otros estados, donde la pena de muerte se efectuaba con
diversos métodos (la cámara de gas, la horca), que él no conocía, pero
que se dedicó a estudiar y por supuesto también a perfeccionar. Su
máximo logro fue la "máquina de inyección letal", diseñada a la manera
del sillón de un dentista, en la que el condenado podía ver televisión o
escuchar su música predilecta mientras el veneno iba haciendo efecto.
Fumador empedernido y
cafeinómano impenitente (100 cigarrillos y 40 tazas de café por día),
Mr. Leuchter pasó paradójicamente del apogeo al descrédito y la
vergüenza pública cuando en 1988 se convirtió en una suerte de asesor
científico de Ernst Züdel, un canadiense enjuiciado por ser uno de los
más tenaces negadores de la existencia del Holocausto. Contratado por
Züdel y convencido de ser el único auténtico especialista en su área,
Leuchter viajó --¡en su luna de miel!-- a los campos de concentración de
Auschwitz y Birkenau, de donde extrajo clandestinamente (mientras su
flamante mujer oficiaba de campana) fragmentos de los muros de las
cámaras de gas, con la intención de probar "científicamente" la
inexistencia de restos de cianuro.
El "Leuchter Report" lo hizo tan célebre entre las tropas neonazis como impopular para el resto del mundo, incluso para aquellos mismos funcionarios del sistema penitenciario de Estados Unidos para los que Leuchter anteriormente había perfeccionado a satisfacción sus cámaras de la muerte. Aislado, sin trabajo, reconocido solamente por esos mitines neonazis en los que recibe el aplauso de la platea leyendo sus conclusiones "científicas", Leuchter no tardó en ganarse el divorcio de su esposa (de quien en el film se escucha sólo su triste voz en off) y el repudio de una sociedad que, irónicamente, hasta poco tiempo antes le había pagado por hacerse cargo del trabajo sucio.
El "Leuchter Report" lo hizo tan célebre entre las tropas neonazis como impopular para el resto del mundo, incluso para aquellos mismos funcionarios del sistema penitenciario de Estados Unidos para los que Leuchter anteriormente había perfeccionado a satisfacción sus cámaras de la muerte. Aislado, sin trabajo, reconocido solamente por esos mitines neonazis en los que recibe el aplauso de la platea leyendo sus conclusiones "científicas", Leuchter no tardó en ganarse el divorcio de su esposa (de quien en el film se escucha sólo su triste voz en off) y el repudio de una sociedad que, irónicamente, hasta poco tiempo antes le había pagado por hacerse cargo del trabajo sucio.
Nada de esto, sin embargo,
parece haber minado la confianza en sí mismo de Leuchter, que sigue
creyendo que su especialidad está por encima de los juicios políticos y
morales y que al final del film se lamenta --con una sonrisa que no
oculta su desilusión-- de que ya nadie quiera comprarle sus sillas
eléctricas, por un precio que a él le parece módico para la
incuestionable eficacia y calidad del producto.
Fuentes de información: Artículo de Luciano Monteagudo para Página 12, Wikipedia, Documaniático,
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